Una odisea es un viaje largo y sorprendente. La palabra viene de Odiseo (en latín, Ulises), un héroe del poema épico de Homero, La Odisea. Su viaje a casa tomó diez años y estuvo lleno de desgracias, desvíos, peligros y aventuras. En retrospectiva, mi viaje hacia el Islam —mi camino de regreso a casa— parece como una odisea. Al mirar hacia atrás en mi vida, desde mi infancia temprana hasta que finalmente hice mi shahadah [1], un viaje de cerca de 40 años, en el que parece que hubo muchas señales, muchos puntos decisivos, muchos incidentes, algunos significativos, algunos triviales, todo lo cual me preparaba y me señalaba el camino hacia el Islam.
Crecí en Boston. Esta ciudad era eminentemente católica, principalmente irlandesa e italiana, con comunidades pequeñas pero significativas de negros, judíos, griegos, armenios y árabes cristianos, y en aquellos días en especial, cada grupo tenía su propio vecindario. Había gran cantidad de restaurantes griegos y sirios, y crecí amando la ensalada griega, el shish kebab, lahm mishwi, kibbi, hojas de uvas, humus, cualquier cosa que tenga cordero, etc.
Mi familia era principalmente de judíos conservadores de clase trabajadora. Mis abuelos habían huido del antisemitismo y los pogromos de la Rusia zarista, hacia 1903. Ellos y sus familias habían encontrado trabajo en talleres clandestinos en el distrito textil, unos cuantos tenían habilidades como artesanos, y eran muy activos en sus sindicatos. Fui el primero en mi familia en obtener un título universitario. Nuestro hogar no era estrictamente kosher, pero ni en sueños comíamos cerdo. Observábamos todos los días festivos y los ayunos, y durante años asistí a la sinagoga cada sábado y en los días de fiesta, con mi padre y mi tío.
La sinagoga a la cual asistíamos era conservadora, casi ortodoxa, pero modernista: era muy tradicional, pero las mujeres no estaban totalmente segregadas. Comencé la madrásah (escuela hebrea) a los seis años de edad. Era 1948, cuando vi el nacimiento del Estado de Israel, y la propaganda sionista llenó la atmósfera, así como las conversaciones y los sermones sobre los nazis y los campos de concentración, y había muchos sobrevivientes inmigrantes refugiados.
En aquella época había mucho antisemitismo en los Estados Unidos, en especial en el sur y el medio oeste, pero también en Boston. Los griegos, sirios e italianos estaban bien, pero los irlandeses de Boston eran un gran problema, que se remontaba a la generación de mis padres en la Segunda Guerra Mundial y en la década de 1920. Durante mi infancia, a menudo fui perseguido, escupido, insultado y golpeado. Ellos hasta me agarraron y me bajaron los pantalones —además de humillarme, querían ver cómo se veía la circuncisión—.
Mis profesores de hebreo fueron dos hermanos israelíes que eran ortodoxos y veteranos de la guerra de 1948. De ellos aprendí hebreo moderno y absorbí una gran cantidad de ideología sionista junto con las enseñanzas religiosas. Me hice más religioso y un sionista ávido. Creía que los judíos necesitaban su propio país en caso de que apareciera otro Hitler —aquellos niños irlandeses no hacían nada para aliviar mis miedos, y no me sentía “en casa” en Estados Unidos. Decidí que iría y pasaría mi vida en un kibutz (granja comunal).
Mi padre fue músico y era cantor (lideraba la oración). Tenía una hermosa voz de tenor, prefería las melodías tradicionales y cantaba las oraciones con mucha huzn (pena) (cuando aprendí esa palabra, comencé a preguntarme si estaría relacionada con el hebreo hazan = cantor). En nuestra sinagoga, el lector de la Torá solía utilizar un taywid que sonaba muy oriental y que me encantaba. Por extraño que pueda parecer, hace poco escuché a un amigo recitando el Corán y me pareció casi idéntico.
Una cosa que destaca claramente en mi memoria, incluso ahora durante la salah, es que en las oraciones judías hay referencias regulares a la postración (suyud). De hecho, es una costumbre en las sinagogas más ortodoxas que durante Yom Kippur, el día de ayuno más sagrado y el equivalente de Ashurah, el cantor, de parte de los fieles, hace el suyud mientras sigue cantando. Esta no es una hazaña, y mi padre, con su poderosa voz, lo hacía muy bien. Recuerdo pensar entonces que sería realmente agradable que todos nos postráramos de verdad, en lugar de solo curvarnos como suyud simbólico.
Hacia la edad de 8 o 9 años, descubrí por casualidad una estación de radio que transmitía programas de las comunidades étnicas locales. Comencé a escuchar a los yidishes, griegos y armenios, y especialmente la “Hora Árabe”. Me encantaba la música y el sonido del idioma. Usando el hebreo que sabía, trataba de entender las noticias y de descubrir las correspondencias de sonidos: Noté las diferencias entre hamzah y ‘ayn, j y h, k y q, distinciones que el hebreo moderno ha perdido. Esto mejoró notablemente mi pronunciación del hebreo y gané premios en la clase de hebreo. También recuerdo tratar de ayudar a mis amigos haciendo trampa durante las pruebas de pronunciación, repitiendo las palabras con un acento “árabe”.
En la preparatoria, descubrí la Biblioteca Pública de Boston y su sección de grabaciones: al lado de los clásicos, descubrí música folclórica étnica de todo el mundo, pero gravité especialmente hacia el Oriente Medio –árabe, turca, persa y luego indopaquistaní–. Aprendí a identificar varios estilos, instrumentos y ritmos regionales. Me encantaba el ‘oud, y me enseñé a mí mismo a tocar el dumbeg y acompañar las grabaciones. Una vez, un grupo de judíos yemeníes llegó a Boston desde Israel para realizar cantos y bailes folclóricos. Estaba fascinado por su aspecto, trajes y música. Incluso pronunciaban el hebreo igual que yo durante las pruebas de pronunciación.
Menciono todos estos pequeños detalles porque es un componente indiscutible del Islam: el idioma, las melodías del adhan y del Corán, las interacciones sociales y otras características, que son realmente exóticas y extrañas al occidental promedio, incluyendo a los judíos occidentales. Cuando las encontré años después en un contexto diferente, me resultaron muy familiares y placenteras, incluso al punto de la nostalgia, e hicieron que el Islam me fuera más fácil de aceptar y de seguir. Luego hablaré más sobre esto.
Mi mejor amigo en la preparatoria también fue una influencia fuerte sobre mí. Él leyó mucha filosofía, poesía y literatura religiosa. No me interesé mucho por las dos primeras, pero leí algunas escrituras religiosas hindúes, budistas, taoístas, y el Corán. Me di cuenta de que las historias del Corán eran muy similares a las de la Biblia, pero sentí que era antijudío. Quedé completamente impresionado, sin embargo, por su retrato de Jesús como Profeta, no solo como rabino. Yo acepté esto, y se convirtió en mi respuesta a mis compañeros de clase católicos cuando me preguntabas qué creía sobre Jesús. Ellos no parecían muy disgustados con esto.
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Por Dr. Moustafa Mould
FOOTNOTES:
[1]Shahadah, el testimonio islámico de fe, es decir: “Testifico que no hay divinidad sino solo Dios, y testifico que Muhammad es el Mensajero de Dios”.
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