Tres condiciones
Comencé a pensar en la angustia que sentí por mi familia, así que decidí esperar hasta que tres cosas estuvieran claras para mí antes de decidirme a abrazar el Islam.
1. Que mi esposa aceptara la religión igual que yo.
2. Que ella accediera a dejar su trabajo y venir a vivir conmigo en Arabia Saudita.
3. Que un problema (personal) que teníamos ella y yo fuera superado.
En otras palabras, juré que esperaría hasta que todas las condiciones fueran las óptimas y que no me haría musulmán oficialmente antes de ello.
Comencé a hablarle a mi esposa acerca de lo que había averiguado. Aunque trataba de no sonar entusiasmado, mi asombro respecto a lo que había hallado y el hecho de que estaba de acuerdo con ello debieron haber sido abrumadores. Le escribí correo tras correo electrónico y hablé mucho con ella por chat. Leía constante y ampliamente sobre el Islam todo lo que encontraba por la red, en especial argumentos que hacían musulmanes a través del apoyo bíblico de la religión. Mi entusiasmo por el descubrimiento de que el Islam no era más que la extensión de nuestra religión purificada de sus errores, por decirlo así, debió haberla afectado bruscamente al punto que estuvo consternada, y finalmente llegó a comentar: "Parece como si ya te hubieras convertido".
Esto me hizo detenerme, porque me di cuenta de que ya había hecho el paso en mi corazón, aunque no lo hubiera hecho de palabra, y mi respuesta reflejó eso: "De hecho, ya lo hice".
Desde ese instante, mi esposa se mantuvo criticándome por no consultarle antes de haber tomado una decisión tan grande. Mi defensa continua era que no me había convertido oficialmente aún, aunque ya lo hubiera hecho de corazón. Este argumento descarriló mis esfuerzos por convertirla, y nos llevó a una convivencia dolorosa y tensa durante las siguientes vacaciones que tomé en navidad y en los tres veranos siguientes. Pero esa es otra historia.
La mezquita y los huérfanos
Mientras tanto, tuve mi primera experiencia rezando con musulmanes. Un fin de semana, estaba caminando de regreso del centro de la ciudad por la noche después de una tarde de compras. Había comprado algo de ropa "nativa" y quería probármela. De hecho, iba vistiendo una bata o zaub que acababa de comprar, y llevaba la otra con mis ropas "occidentales" en un morral. El sol se estaba ocultando cuando comencé a andar hacia mi casa, y se puso cuando iba a mitad de camino. El llamado a la oración sonó desde una pequeña mezquita a la que me estaba acercando, y cientos de mezquitas por toda la ciudad le hicieron eco. Los postigos y contraventanas se cerraban y las ventas callejeras eran cubiertas con telas y plásticos. Los hombres comenzaron a caminar desde las tiendas y casas hacia las mezquitas. ¡Era impresionante! Una llamada del minarete respondida al instante. Decidí esperar a ver cómo rezaban los musulmanes.
Vacilante, seguí a los rezagados hasta dentro cuando la oración ya había comenzado, y observé cómo se alineaban detrás de dos líneas ya formadas. Levantaron las manos al unirse a la fila y luego las doblaron sobre sus pechos. Parecía bastante fácil, así que me uní al final de la línea. Varios niños se unieron a la línea después de mí, formando una especie de apéndice agitado. En cuanto los hombres junto a mí se inclinaron y se postraron, copié sus movimientos lo mejor que pude, mirando hacia los lados por el rabillo del ojo. Ellos no eran conscientes de mí, cada uno estaba concentrado en un punto directamente en frente suyo, con los ojos hacia abajo. Su comunión con Dios era palpable, y traté de compartir en el mismo canal en que se encontraban, a pesar de no tener las mismas palabras para hacerlo.
"¡Oh, Dios! Ayúdame a cumplir mi voto y persuade a mi esposa. Guíame hacia Ti y guía a mi familia. Creo en Ti, el Único Dios, y no en seres humanos como dioses".
Repetí esta oración una y otra vez como un mantra. No creo haber alcanzado el mismo nivel de comunión de mis compañeros, pero mi corazón se sintió mejor cuando terminó la oración. Cuando me puse mis medias y zapatos, dos de los niños con los que había estado alineado se me acercaron.
"Anta múslim? Limada tusali?".
Los niños se habían dado cuenta de que yo era un novato total, y tenían serias dudas respecto a si realmente era musulmán. Me mostraron cómo debía poner las manos, cómo debía inclinarme y postrarme, cómo debía poner los pies, etcétera. Por supuesto, yo no entendía una palabra del árabe, solo era consciente de que ellos pensaban que yo necesitaba mucho entrenamiento si quería pasar como un miembro más de la congregación. Ellos me señalaron que debía seguirlos y así me llevaron a su casa y me presentaron a su hermano mayor.
Preferí permanecer en la puerta sin entrar, en caso de que ellos me hubieran querido decir que esperara afuera, pero uno de los niños regresó cuando no lo seguí adentro. Me hizo de nuevo la señal de "siga" y me indicó que siguiera derecho y pasara por una persiana de cuentas colgante. Dentro había una sala árabe típica con cojines en el suelo. Un adolescente de 15 o 16 años se levantó de su posición cómoda para saludarme.
El hermano mayor era muy hospitalario, pero no pudo ayudarme a entender a los niños y qué era lo que querían. Sirvió café árabe en tazas diminutas y me invitó a compartir algunos dátiles. Yo tenía curiosidad sobre por qué los niños se entretenían conmigo, siendo el mayor apenas un adolescente. ¿Dónde estaban sus padres?
"¿Dónde están tu papá y tu mamá?", pregunté.
Pero él no entendió o no pudo explicarlo en lenguaje de señas. Me hizo el gesto de que debía esperar, así que supuse que ellos llegarían pronto a casa. Sin embargo, en vez de un hombre mayor llegó un joven en sus veinte, que apareció justo antes de la oración de la noche. Él pareció sorprenderse al verme sentado en la sala con su hermano, y ellos intercambiaron algunas palabras.
"Amerikí?"
Negué con mi cabeza. "No, inglés".
"Bienvenido. Bienvenido. ¿Café?"
Sacudí de nuevo mi cabeza, había tenido suficiente.
Él se levantó y me indicó que lo siguiera. "Tawada", dijo, que significa "hagamos la ablución". Él se frotó las manos. "Lávate; ve a la masyid".
Él quería que yo me preparara para ir a la mezquita para la oración de la noche.
"Pon la mano", dijo, levantando mi mano derecha, "sobre esta" dijo, colocándola sobre mi mano izquierda, y luego levantándolas ambas para que se apoyaran en mi pecho. Íbamos caminando y nos detuvimos justo en medio de la calle para continuar la lección, como si los autos no existieran. Me indicó el rezo levantando sus dos manos hasta las orejas. "¡Haz como yo!"
Me puse en línea a su lado, y esta vez hice mejor los movimientos.
Cuando volvimos a su casa, la cena estaba servida en una especie de mantel sobre el suelo. Le pregunté: "¿Tu mamá?"
"Mamá" parece ser una designación internacional o universal para indicar la madre. Él sacudió su cabeza e hizo el gesto de que estaba durmiendo, y luego un movimiento hacia abajo con la palma abierta hacia el suelo. "Baba wa mama fi mout, yarhamhumul-lah. Hermana cocinó".
Así que eran huérfanos, y este joven y su hermana llevaban la responsabilidad de la familia sobre sus hombros. Su inglés no era muy bueno, así que la conversación era un poco metódica. Me preguntó: "¿Te gusta el Islam?"
Le dije que sí.
"¿Por qué no eres musulmán?"
Necesitaba tiempo.
Él se ofreció a acompañarme a casa. "Si necesitas ayuda, ven en cualquier momento", dijo cuando me dejó.
Le agradecí.
Entonces, emergieron de su boca las palabras que había escuchado mil veces: "¿Necesitas algo?"
La bondad de aquella familia huérfana nunca me ha abandonado. Realmente me conmovió el cariño que mostraron, y aprecié sus intentos sinceros de guiarme. Pero la persona que tuvo el mayor efecto en mi iniciación, fue un hombre que aún no aparecía en escena. Él era un iraní con tarjeta verde en búsqueda de nacionalidad estadounidense, y estaba a punto de entrar en mi vida.
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Por Jeremy Ben Royston Boulter
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