Estas consideraciones estuvieron en mi mente en mi segundo año estudiando en Chicago, donde me percaté a través de estudios de sistemas de morales filosóficas que la filosofía no ha podido influenciar las morales de las personas en el pasado ni prevenir las injusticias, y me di cuenta de que había pocas chances de que lo hiciera en el futuro. Encontré que la comparación de los sistemas culturales humanos y las sociedades en su sucesión histórica y multiplicidad llevó a muchos intelectuales al relativismo moral, ya que ningún valor moral podría ser descubierto que en sus propios méritos fuese válido, un reflejo que lleva al nihilismo, la perspectiva que ve a las civilizaciones humanas como plantas que crecen en la tierra, floreciendo de sus varias semillas y suelos, viviendo un tiempo y muriendo luego.
Algunos anunciaron esto como la liberación intelectual, entre ellos Emile Durkheim en sus ‘Formas Elementales de Vida Religiosa’, o Sigmund Freud en su “Tótem y Tabú”, que discutía la humanidad como si fuese un paciente y diagnosticara sus tradiciones religiosas como un modo de neurosis colectiva que ahora podemos curar, aplicándoles un riguroso ateismo, un estilo de salvación a través de la ciencia.
Sobre este aspecto, compré la traducción de un libro de Jeremy Shapiro “Knowledge and Human Interests” de Jurgen Habermas, quien sostenía que no existía algo llamado “ciencia pura” de lo que pudiéramos confiarnos para forjar audazmente una mejora en si mismo y en el mundo. Llamó tal malentendido cientismo, no ciencia. La ciencia en el mundo real, dijo, no estaba desprovista de valores, y menos de intereses. Este tipo de búsquedas que obtienen fondos, por ejemplo, donde una función de lo que su sociedad estimó significativo, expediente, rentable, o importante. Habermas ha sido de una generación de académicos alemanes que, durante los treinta y los cuarenta, supo lo que pasaba en su país, pero insistió en que se introdujeran simplemente en la producción intelectual, que se encontraban viviendo en el reino de la erudición, y no necesitaban preocuparse de ellos mismos con quien sea que elija el estado para hacer su búsqueda. La horrible pregunta que acompañaba a los intelectuales alemanes cuando las atrocidades nazis se hicieron públicas después de la guerra hicieron que Habermas pensara profundamente en las ideologías de la ciencia pura. Si algo era obvio, es que el optimismo de los pensadores del siglo diecinueve como Freud y Durkheim ya no era defendible.
Comencé a volver a examinar la vida intelectual a mí alrededor. Como Schopenhauer, sentía que una mejor educación produce mejores personas. Pero en la universidad, encontré a personas del laboratorio hablando entre ellas de falsificar los datos de la investigación para asegurar los fondos para los próximos años; investigadores que no permitían grabadoras en sus conferencias por miedo a que sus competidores se adelantaran con la investigación y les ganaran la publicación; profesores compitiendo entre ellos por el tamaño de sus programas. Las cualidades morales que estaba acostumbrado a asociar con la humanidad ordinaria, parecía encontrarse frecuentemente asociada con los académicos sofisticados como si hubiesen sido pescadores. Si uno se pudiese burlar de los pescadores que, después de pescar una gran cantidad de peces en una sola pasada, se pasean en frente de los demás haciéndoles notar cuan repletos están, aparentemente buscando más peces; ¿Que se puede decir de los doctorandos que se comportaban de la misma manera con sus libros y sus artículos? Siento que su conocimiento no ha desarrollado sus personas, que el secreto de los mejores hombres no yacía en su sofisticación.
Me preguntaba si no había llegado lo mas lejos que se puede llegar en el camino de la filosofía. Mientras había desacreditado mi cristianismo y suministrado algunos puntos de vista genuinos, todavía no había respondido la gran pregunta. Además, sentí que esto se conectaba de alguna manera y no sabía si como causa o efecto del hecho de que nuestra tradición intelectual ya no parecía entenderse. ¿Que éramos nosotros, filósofos, pescadores, basureros, o reyes, mas que jugadores en un drama que no comprendíamos, interpretando con diligencia nuestros roles hasta que se enviaran nuestros reemplazos, y brindáramos nuestro ultimo acto? ¿Pero puede alguien legítimamente esperar algo más que esto? Leí “La introducción de Kojves a la lectura de Hegel”, en la cual explicaba que para Hegel, la filosofía no culminaba en el sistema, sino en los Hombres Sabios, alguien capaz de responder cualquier cuestionamiento posible en las implicaciones éticas de las acciones humanas. Esto me hizo considerar nuestra propia lucha en el siglo veinte, que ya no puede responder a un solo cuestionamiento ético.
Fue de este modo como si un siglo de dominio de cosas concretas sin paralelo hubiese terminado de algún modo convirtiéndonos a nosotros en cosas. Contrasté esto con el concepto de Hegel de lo concreto en su “Fenomenológica de la Mente”. Un ejemplo de lo abstracto, en sus términos, era la realidad física limitada de las letras que usted está leyendo en este momento, mientras que lo concreto era su interconexión con mayores realidades que presuponía, los modos de producción que determinaron el tipo de tinta y papel, los estándares estéticos que dictaron su color y diseño, los sistemas de comercialización y distribución que lo llevaron al lector, las circunstancias históricas que llevaron el alfabetismo y gusto del lector; los eventos culturales que mediaron su estilo y uso; en breve la mayor imagen en la cual fue articulada y existió. Para Hegel, el movimiento de investigación filosófica siempre se guió desde lo abstracto a lo concreto, a lo más real. Fue de este modo posible decir que la filosofía necesariamente llevó a la teología, cuyo objeto fue lo real, la Deidad. Esto me pareció para destacar una irreducible falta en nuestro siglo. Comencé a preguntarme si, al materializar nuestra cultura y nuestro pasado, no nos abstrajimos de alguna manera del amplio mundo de la humanidad, desde nuestra propia naturaleza en relación a una realidad superior.
En este momento, leí una gran cantidad de trabajos acerca del Islam, entre ellos los libros de Seyyed Hossein Nasr, que creía que muchos de los problemas del hombre occidental, especialmente aquellos del medioambiente, se debían a haber dejado la sabiduría divina de la religión revelada, que le enseñó su verdadero lugar como criatura de Dios en el mundo natural para comprenderlo y respetarlo. Sin eso, quemaba y consumía la naturaleza con estilos tecnológicos mas efectivos de explotación comercial que arruinó su mundo dejándolo completamente vacío, porque no sabía porque existía o con qué fin debía actuaba.
Consideré que esto podría ser verdad, pero instalaba el cuestionamiento de la verdad de la religión revelada. Todo frente al mundo, todos los sistemas religiosos y morales, estaban en el mismo plano, a no ser que se pudiese asegurar el origen mas alto de uno de ellos, la sola garantía de objetividad, la sola fuerza, o ley moral. De otro modo, la opinión de un hombre era igual a la de los demás, y permanecíamos en un mar sin diferenciar los intereses individuales conflictivos, en los cuales no se podía objetar el poder de los fuertes para con los débiles.
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Por N.K.
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